La estigmatización de la monoparentalidad

Un enfoque que “prevenga” la monoparentalidad implica partir de modelos ideales o “normales” que no reflejan la subjetividad de aquellas parejas e individuos que no pueden o no quieren ajustarse a estos patrones.

Por Irene Salvo A., Psicóloga y Licenciada en Psicología, Universidad de Chile. Master en Asesoramiento y Orientación Familiar, Universidad de Santiago de Compostela, España. Postítulo de Especialización en Terapia Familiar y de Parejas, Instituto Chileno de Terapia Familiar. Especialización en Atención Integral a Víctimas, Universidad Complutense de Madrid, España.

Durante las últimas décadas ha habido una profunda transformación en las relaciones de pareja y en las estructuras familiares que se ha manifestado, al menos en parte, en el incremento y la progresiva visibilización de las así denominadas familias “monoparentales” o “uniparentales”, categoría en la cual se intenta agrupar a aquellas familias con hijos dependientes económicamente de uno solo de sus progenitores con el cual conviven, y que a su vez tiene la responsabilidad de su educación y cuidado.

En nuestro país, la reciente divulgación de algunos de los resultados de la Encuesta de Caracterización Socio-Económica Nacional (CASEN) 2010, en la que se constata una disminución de las familias biparentales y un aumento de la monoparentalidad, constituye una oportunidad para reflexionar sobre el fenómeno.

La incorporación del término “monoparentalidad” al corpus teórico y conceptual de las ciencias sociales, ha constituido un enorme aporte en la medida en que vino a sustituir otra serie de términos que connotaban a estas familias de forma estigmatizante, patologizadora y/o disfuncional (“familias incompletas” o “familias descompuestas”, entre otras). Es así como las antiguas denominaciones no distinguían sus particularidades, sino que destacaban sus déficits en comparación al modelo hegemónico de familia tradicional (nuclear, biparental, heterosexual y asimétrica en la distribución sexual de los roles). Si bien la atención prestada en nuestros días a la monoparentalidad es creciente y se evidencian enormes avances en relación al fenómeno, aún se perciben una serie de problemas en su delimitación conceptual.

La existencia de familias monoparentales no constituye en absoluto una realidad histórica reciente. Generaciones de mujeres han encabezado sus familias como consecuencia de circunstancias sociales como la viudez, separación o divorcio conyugal, embarazos adolescentes y falta de implicación de los hombres en la crianza. A las tradicionales formas de conformar una estructura monoparental, se suman las familias monoparentales electivas, encabezadas por una mujer que, voluntariamente, elige acceder y desarrollar la maternidad en solitario, ya sea biológica o adoptiva, sin tener una pareja estable y sin contar con la figura paterna. Incluso, también es posible rastrear la aparición de configuraciones monoparentales masculinas.

Según los datos de la CASEN, un porcentaje significativo de hogares con jefatura femenina se encuentra más expuesto a vivir en condiciones de indigencia y pobreza. A partir de ello, se vincula la monoparentalidad con el problema de la feminización de la pobreza mediante modelos causales lineales y deterministas coincidentes con los utilizados por la literatura científica tradicional en la que se ha relacionado a las familias monoparentales con múltiples factores de riesgo vinculados a problemáticas psicosociales que influencian negativamente el desarrollo de los hijos.

Pero las investigaciones actuales cuestionan los estudios reduccionistas en torno al fenómeno: indican que han adolecido de problemas conceptuales y metodológicos debido a que se trataba a las poblaciones estudiadas como homogéneas, cuando no lo eran. Asimismo, es bien sabido que el desarrollo psicológico de los niños y niñas depende de múltiples factores que van más allá de la composición o estructura formal del grupo familiar en el que crecen, y que son las condiciones o especificidades que les acompañan las que pueden o no originar los problemas. De igual modo, una familia en la que conviven padre y madre no necesariamente garantiza el bienestar de los hijos o hijas (Moreno Hernández, A., 1995).

Si bien el vínculo complejo y multicausal entre monoparentalidad y pobreza constituye una realidad a la que hay que atender, es necesario dar un paso adelante en la discusión sobre la monoparentalidad como factor de riesgo. En efecto: al tenor de la transformación del papel de la mujer y del hombre en nuestra sociedad, las nuevas construcciones sociales de la maternidad y la paternidad, y la emergencia de valores como la individualización y la autonomía personal en las trayectorias vitales de los individuos, la discusión en torno a las configuraciones familiares monoparentales debe incorporar nuevas perspectivas y cuestiones a resolver. Existe una enorme complejidad y diversidad al interior de la etiqueta de “monoparentalidad”, en la que se engloban situaciones que si bien comparten una estructura “objetivamente” similar, suponen experiencias y vivencias subjetivas muy distintas, que definen múltiples tipos de monoparentalidades que deben ser analizadas en profundidad. Más que atenerse al mero dato categorizador de quién la detenta o la categoría legal que la determina, es quizás más relevante saber cómo se ejercen esas monoparentalidades para poder brindar una colaboración más específica y pertinente a sus requerimientos.

La intervención con estas familias no pasa, necesaria o exclusivamente, por incentivar vínculos familiares más estables, una vez más asociados a un modelo ideal en el que la biparentalidad asociada a la conyugalidad se considere por sí misma una condición protectora para el desarrollo integral del ser humano. Un enfoque que “prevenga” la monoparentalidad implica nuevamente partir de modelos ideales o “normales” que no reflejan la subjetividad de aquellas parejas e individuos que no pueden o no quieren ajustarse a estos patrones, y limita el marco y las cuestiones que se pueden investigar. Sin ir más lejos, puede dejar afuera el rol parental que el progenitor físicamente ausente mantiene o puede comenzar a tener a partir de la separación de la pareja.

En definitiva, la discusión en torno a “las monoparentalidades”, implica considerar un sinnúmero de factores culturales, sociales y psicológicos, para evitar caer en generalizaciones que se alejen de una perspectiva pluralista de la familia acorde con la realidad social imperante. Desde el punto de vista de nuestra disciplina, resulta pertinente llevar adelante investigaciones en torno a las nuevas monoparentalidades para profundizar en su conocimiento y aportar en el diseño de políticas públicas y ofertas programáticas que contemplen de forma contextualizada sus múltiples y variadas necesidades.

Referencias Bibliográficas
• CASEN (2010). MIDEPLAN, Gobierno de Chile.
• Jociles, M. y cols. Una reflexión crítica sobre la monoparentalidad: el caso de las madres solteras por elección. Revista Portuaria Vol. VIII, Nº 1. 2008, pp.265-274.
• Moreno Hernández, A. Familias monoparentales. Revista Infancia y Sociedad, Nº 30. 1995, pp. 55-65.
• Salvo, I. y cols. (Artículo en preparación). Familia y monoparentalidad: una visión desde las madres jefas de hogar.