EDITORIAL
Por Francisco Reiter Barros, Académico Facultad de Psicología, UAH.
Es sabido que el surgimiento de la psicología en tanto disciplina científica moderna suele asociarse por los expertos al importante hito que significó el establecimiento en 1879 del primer laboratorio de psicología experimental en Leipzig, Alemania, a cargo de Wilhelm Wundt; quien por obra de ese acto fundacional ha recibido corrientemente el nombre de “Padre de la psicología”. Sin embargo, lo mismo podría decirse, con justa razón, de ese otro acto constituyente que implicó para la psicología moderna la puesta en ejercicio, alrededor de 1875, del laboratorio de psicología fisiológica de William James, en Harvard, Estados Unidos. Junto a ello, el establecimiento definitivo del carácter científico de la disciplina psicológica se producía en el contexto de la así llamada Methodenstreit (o “disputa de los métodos”), verdadera querella entre dos modos de entender y aplicar la ciencia, que marcó la segunda mitad del siglo XIX: por una parte, las ciencias de la naturaleza autoproclamaban su lugar privilegiado en el entendimiento científico; por la otra, las ciencias del espíritu reclamaban la necesidad de una aproximación científica diversa a objetos que se recortaban de la propia vida humana y social.
Así las cosas, La Ciencia Psicológica como disciplina autónoma puede ser en realidad catalogada como “bastarda” y fragmentada. Bastarda porque es producto de numerosos esfuerzos, realizados en el marco de otras múltiples disciplinas de las cuales se diferenció, desde diversas zonas geográficas e ideológicas (aunque llama la atención la multiplicación de las paternidades que contrasta con la indiferencia respecto de las figuras femeninas que participaron en ese origen, característica de los estudios clásicos sobre historia de la psicología); lo que, dicho sea de paso, pone en reserva su estatuto autónomo. Fragmentada porque, a propósito de esa nutrición interdisciplinaria de la entonces nueva ciencia, no es claro que exista una unificación ontológica, epistemológica y metodológica entre las diversas corrientes que le dan cuerpo. Convendría quizá que hablemos más bien de unas ciencias psicológicas.
De este modo, la posibilidad de pensar las condiciones de producción y reproducción de nuestra disciplina requiere, como lo hemos ilustrado, de un esfuerzo investigativo y de aprendizaje de aquello que en el pasado le ha dado forma; pero, todavía más, supone el establecimiento con una mirada histórica de las tensiones entre las distintas versiones de esos hechos y sus implicancias disciplinares. Mirada que, si es provechosa, debería indicarnos no tan sólo los movimientos de continuidad entre unos hechos y otros, sino también aquellos otros de ruptura o dialectización entre ideas, prácticas y sujetos. Diremos pues, en consecuencia con todo lo anterior, que existen múltiples historias de la psicología.
Con motivo de la celebración de las V Jornada Chilena de Historia de la Psicología, a efectuarse en el mes de noviembre de este año en nuestra universidad, de la mano de la Sociedad Chilena de Historia de la Psicología, es que dedicamos este número de Psicología Hoy a la psicología de ayer, proponiendo algunas reflexiones, en los artículos que siguen sobre la relevancia de incorporar una enseñanza de esa historia en los currículos de quienes se inician en la disciplina; las relaciones posibles entre la historia y la psicología, con el estudio histórico formal de esta última y, por último, respecto de la compleja significación histórica que los discursos y prácticas psicológicas representan en el pasado reciente de nuestro país.