Por Ps. Margarita Becerra, Psicóloga y Licenciada en Psicología, Pontificia Universidad Católica de Chile.Diplomada en Estudios Complementarios en Antropología (DEC), Universidad Católica de Lovaina, Bélgica. Post grado en Terapia Familiar e Intervención Sistémica, Institut Provincial de Formation Sociale, Bélgica. Terapeuta acreditada European Family Therapy Association (EFTA – CIM). Jefa Programa PRISMA – Salud Mental para Migrantes y Refugiados. Facultad de Psicología UAH.
El terremoto ha visibilizado la situación compleja en que viven migrantes y refugiados en nuestra ciudad. De acuerdo a la última estimación desarrollada por el Departamento de Extranjería y Migración de Ministerio del Interior1 los migrantes en nuestro país son más de 300.000, en su mayoría latinoamericanos, con mayor representatividad de peruanos (33,9%), argentinos (18,7%) y bolivianos (7%)1.
Muchas de estas personas, a pesar de tener su situación legal regularizada, viven en condiciones periféricas respecto a cualquier ciudadano, con dificultades que se despliegan en distintos ámbitos. El escenario de vulnerabilidad legal y social es aún peor para aquellos otros migrantes que no han conseguido regularizar su documentación o que están en el proceso de conseguirlo. En definitiva, se trata de personas que habitan la ciudad, pero no son consideradas como tal.
En el diagnóstico y en la intervención psicosocial con estos grupos se observan inconvenientes en el acceso a determinados servicios sociales, como por ejemplo salud, atención jurídica y educación. Se advierte, además, que estos servicios tienen dificultades para reconocer la especificidad de la condición migratoria y de refugio, y no existe una coordinación ni integración entre los distintos agentes que intervienen con esta población. Y no solo los estatales, sino también de organizaciones no gubernamentales e instituciones académicas con programas especializados.
En el trabajo clínico con pacientes extranjeros que han consultado con posterioridad al terremoto aparecen, además de la sintomatología ansiosa presente en los pacientes chilenos, elementos que dan una textura particular al relato de la experiencia subjetiva del expatriado.
El proyecto migratorio de migrantes económicos, enmarcado en una planificación desde el país de origen, implica ciertos “sacrificios y costos”. Lo anterior muchas veces involucra la aceptación pasiva de condiciones de vida precarias e insuficientes. Pero el proyecto migratorio, elaborado como un “guión rígido”, no considera acontecimientos vitales que aparezcan de manera fortuita o inesperada, como el terremoto.
La sorpresa, el miedo sentido, el estupor y la percepción de impotencia se traducen en el migrante en una sensación de extrañeza en relación a sí mismo y frente a lo que ocurre en el entorno. Esa extrañeza interroga el proyecto migratorio y se manifiesta en la elaboración de un discurso que derrapa hacia una sintomatología depresiva. La pérdida de sentido, la desorientación, el desarraigo, la soledad, la percepción de lejanía, el aislamiento social y la desconexión de la vivencia colectiva de los chilenos, irrumpen en el relato subjetivo.
El migrante se convierte así en un ser que vivencia el terremoto desde un prisma de mayor sensación de irrealidad y angustia, y elabora lo ocurrido desde una posición de menor vinculación a redes sociales e institucionales de apoyo. Asimismo, el empeoramiento de las condiciones materiales y de vivienda posteriores a la catástrofe exacerban el aislamiento social y situación de emergencia de esta población.
Así como el terremoto hizo visibles a los migrantes en su diversidad y complejidad, también nos mostró la necesidad de interrogar a las prácticas sociales y clínicas con estas personas. Esto implica tomar en cuenta la articulación entre las dimensiones individuales, colectivas, sociales y políticas a la hora de elaborar programas y propuestas.
Además, debemos ampliar la mirada hacia las nociones de interculturalidad y multiculturalidad, como puentes reflexivos de encuentro con un otro que no es tan distinto como creemos.