Por Christian Berger S., Psicólogo y Licenciado en Psicología, Pontificia Universidad Católica de Chile. Doctor en Psicología Educacional, University of Illinois at Urbana-Champaign, EE.UU.
Los efectos psicológicos de una catástrofe natural como el terremoto del 27 de febrero muchas veces son poco observables, y pueden manifestarse en el mediano plazo. La experiencia posterior al huracán Katrina muestra que el impacto en la salud mental se manifiesta a partir de los dos meses luego de la catástrofe, una vez que las reacciones que pueden ser consideradas normales ya han sido superadas y aparecen los cuadros y problemáticas de orden clínico.
Especialmente para la población infanto-juvenil, la importancia de tener claridad respecto de la manera en que continúan experimentando el terremoto es una preocupación permanente. Particularmente en comunidades en las que los efectos directos de la catástrofe no son necesariamente observables es fácil suponer que la experiencia ha sido superada. No obstante, los datos internacionales muestran que esto es un error, y la necesidad de contar con diagnósticos pertinentes es central para favorecer la superación de la catástrofe junto con un desarrollo adecuado de niños y jóvenes.
En el marco de la adaptación y estandarización de un instrumento de screening (desarrollado por el Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad estatal de Louisiana, LSUHSC) a la población y realidad chilena (Facultad de Psicología UAH, 2010), la experiencia ha demostrado que los efectos del terremoto son una realidad compartida por muchos de nuestros niños y jóvenes. Una primera aplicación del instrumento en la localidad de Pichilemu (VI región) que no resultó especialmente dañada, mostró que más de un 40% de la población escolar evaluada presenta sintomatología asociada a estrés postraumático y sintomatología depresiva. Más aún, alrededor del 50% de la población consultada respondió positivamente a la pregunta: ¿Te gustaría conversar con algún especialista sobre tus sentimientos y pensamientos?
En las entrevistas posteriores realizadas a quienes respondieron positivamente a esta pregunta, surge como transversal a los relatos un cambio significativo en la relación con la naturaleza. Una frase de un estudiante es muy expresiva: es que ahora el mar suena… El mar, la naturaleza, tomó otro significado para estos estudiantes. De ser un espacio de goce, de juego, parte de sus vidas e historias, se transformó en algo amenazante, impredecible, que genera un quiebre en sus narrativas personales. En relación con lo anterior, el sentimiento que se percibe es el de inseguridad. El relato de los niños apunta a estar constantemente buscando estrategias para no enfrentar el miedo y la ansiedad que genera la posibilidad de otra catástrofe mientras están solos, y esto da cuenta de la importancia de los adultos como figuras de seguridad y apego.
Finalmente, el cómo intervenir plantea otro desafío, pues es inimaginable el que profesionales de la salud mental atiendan individualmente a cada niño y adolescente. En este sentido, es necesario generar intervenciones psicosociales y activar redes locales, superando una perspectiva únicamente clínica. Los efectos psicológicos y emocionales no necesariamente responden a los daños directos del terremoto, y esto es especialmente importante cuando en Santiago nos olvidamos de que los efectos de esta catástrofe están comenzando a desplegarse, según los expertos. Un abordaje adecuado de tales consecuencias depende de diagnósticos oportunos y pertinentes.