Depresión y trastornos cognitivos en la tercera edad

 

Por Teresa Parrao, académica Facultad de Psicología UAH. Jefa Área Psicología Básica.

Para la mayoría de las personas olvidar donde quedaron las llaves o qué iba a hacer de una habitación a otra es parte del envejecimiento. También sería propio de ese momento de la vida sentirse melancólico y triste, debido a la diversidad de factores socio-ambientales asociados al envejecimiento, como el cese laboral o la pérdida de seres queridos. Sin embargo, estos síntomas podrían ser una manifestación de depresión y/o deterioro cognitivo, dos sindromes prevalentes en la tercera edad, comúnmente sub-diagnosticados, que juntos pueden ser la antesala de patologías más graves como las demencias.

Al igual que la población mundial, la población chilena envejece. Las estimaciones del año 2017, basadas en el último censo, indican que en Chile hay alrededor de 3 millones de personas de más de 60 años (1), de las cuales un poco mas del 11% reporta síntomas depresivos (2). Sin embargo, la depresión en el adulto mayor no se presenta con los síntomas más conocidos en el adulto como tristeza o aislamiento, sino que frecuentemente se presenta a través de síntomas físicos o irritabilidad, lo que dificulta el diagnóstico oportuno y el tratamiento adecuado. Empeorando la situación, la depresión en adultos mayores produce síntomas cognitivos como pérdida de memoria y falta de atención, los que agudizan el cuadro, y, peor aún, aumentan el riesgo de desarrollar una demencia.

En 1960 fue acuñado el concepto pseudo-demencia depresiva, para referirse al deterioro de la memoria y de otros dominios cognitivos que imitan una demencia, pero que en realidad están causados por la presencia de depresión (3). Actualmente sabemos que si bien ambas patologías se manifiestan con síntomas similares, hay algunas características que permiten diferenciarlos. En las demencias como la enfermedad de Alzheimer, el comienzo de los síntomas es lento y progresivo. Generalmente los pacientes tienden a minimizar las limitaciones que se van presentando en sus vidas cotidianas y frente a una evaluación se evidencia el esfuerzo en responder acertadamente. Por el contrario, en la depresión la aparición de los síntomas cognitivos es rápida, y el trastorno de las capacidades cognitivas es fluctuante. Los pacientes deprimidos tienden a destacar la gravedad de sus síntomas cognitivos y las limitaciones que ello conlleva, y frente a una evaluación cognitiva destaca el poco esfuerzo en entregar una respuesta adecuada. El patrón neuropsicológico es un elemento central que permite un adecuado diagnóstico diferencial. En el paciente con demencia el trastorno de memoria se caracteriza por ser evidente y no mejorar incluso cuando se le entregan claves (pistas) del material olvidado, mientras que los trastornos disejecutivos (como errores en la organización de la información o la dificultades en el razonamiento lógico) son variables o podrían aparecer solo una vez avanzada la enfermedad. En el paciente deprimido predomina una alteración de la atención y de las funciones ejecutivas, por lo que el paciente se presenta distractil y con dificultades en el pensamiento abstracto y la conceptualización. En relación a la memoria, el paciente deprimido presenta mal rendimiento en pruebas de evocación libre, sin embargo cuando se le entrega información sobre la categoría semántica a la que pertenece el material olvidado, la gran mayoría de las personas logra recuperar la información previamente olvidada. Es decir, la aparente falla de memoria obedece a un problema atencional o de estrategia cognitiva, más que a un problema de aprendizaje, a diferencia del paciente con Alzheimer, quien no mejora su rendimiento a pesar de que se le entreguen pistas ya que la información nueva no ha sido almacenada (4).

Estas y otras características neuropsicológicas y clínicas presentes en ambas patologías cobran mucha relevancia a la hora del diagnóstico diferencial, ya que afortunadamente el tratamiento oportuno y adecuado de la depresión sería también un tratamiento para los síntomas cognitivos descritos, por lo que incluso algunos autores han preferido llamarla demencia reversible.

Por el contrario, cuando la depresión no es detectada ni tratada a tiempo, se convierte en un factor predictor del desarrollo de demencia, por lo que los síntomas que en un comienzo de la depresión imitaban una demencia, sin tratamiento, podrían convertirse en una demencia propiamente tal. La co-ocurrencia de síntomas depresivos y deterioro cognitivo leve lleva a un aumento del riesgo de demencia en 30% más, comparado con sujetos con deterioro cognitivo leve sin depresión (5). Más aún, estudios recientes muestran que síntomas depresivos están dentro de los predictores de demencia más importantes en adultos mayores. Un estudio reciente llevado a cabo en una población de 1965 adultos mayores sin deterioro cognitivo que fueron evaluados longitudinalmente durante 8 años, confirmó que la depresión es un factor de riesgo para la aparición de demencia (6). En conjunto con la farmacoterapia y/o psicoterapia, es de relevancia una intervención psicosocial que incluya la educación de la familia en torno a la depresión y sus efectos en personas mayores.

En conclusión, la detección temprana y el adecuado tratamiento de la depresión en la tercera edad es crucial, no solo por los síntomas propios de la patología, sino porque su manifestación conlleva el potencial riesgo de desarrollar una demencia.


Referencias:

1. Instituto Nacional de Estadísticas (INE), Actualización de estimaciones de población 2002 – 2020.
2. Ministerio de Salud. (2011). Informe Encuesta Nacional de Salud, ENS, 2009 – 2011. Santiago: MINSAL.
3. Roose, S. & Sackheim, H. (2004). Late-life depression. Oxford University Press.
4. Potter, G. & Steffens, D. (2007) Depression and Cognitive Impairment in Older Adults. Psychiatric Times, Vol (5).
5. Byers, A. & Yaffe, K. (2011). Depression and Risk of Developing Dementia, May 3, 7 (6), 323-331.
6. Wilson et al. (2016). Late-Life Depression is Not Associated with Dementia Related Pathology. Neuropsychology, 30 (2), 135 – 142.