“Contra” la felicidad

Por Fernando Contreras, Psicólogo y Licenciado en Psicología, Pontificia Universidad Católica de Chile. Magíster (DEA) en Ciencias del Trabajo, Universidad Autónoma de Barcelona, España.

Al hablar de felicidad, la intuición nos llevaría a considerar que la psicología debiera orientarse a promoverla. Sin embargo, al hacer un breve examen del tema nos encontramos con buenas razones para pensar lo contrario.

Normativamente, una sociedad pluralista es la que trata a todos sus miembros con igual dignidad, sin imponer ninguna concepción de “vida buena” a los ciudadanos. De esta manera, cada individuo es respetado en su derecho a definir cómo quiere vivir en la medida que su proyecto particular -su idea sobre “lo bueno”- sea compatible con las reglas de justicia que permiten la vida en común. Si este principio de pluralismo rige la vida en común, ¿por qué la psicología debería quedar exenta de esta obligación? Ni la psicología ni los psicólogos deberíamos, entonces, enseñarle a los individuos cómo deberían orientar su vida en términos morales. En todo caso, la ayuda que se nos demanda es apoyar, en todo lo posible, la capacidad de las personas para elegir la vida que quieran hacer, enfrentando las implicancias de estas opciones. Esto será cierto en el contexto clínico, en el trabajo, la escuela, la comunidad, la crianza de los hijos y en todo orden de actividades humanas.

Pero, ¿por qué esta defensa del pluralismo sería un argumento contra la búsqueda de la felicidad mediante la utilización de la psicología? La psicología positiva, como se denomina la tendencia que pregona la búsqueda de la felicidad mediante las ciencias de la conducta, es consistente en presentar modelos de vida feliz fundados empíricamente que, si se ponen en práctica ciertas habilidades, estarían al alcance de la mano de la mayoría de la población. De este modo, los resultados de una investigación realizada en Chile el año pasado muestra que los ciudadanos que celebran festividades, tienen pareja, creen en algo trascendente, hacen deporte o dedican poco tiempo a las redes sociales, entre otras características compartidas, serían más felices que los demás que no lo hacen1. Y agrega que los chilenos más felices vivirán más tiempo gozarán de mejor salud, serán más productivos, obtendrán mejores resultados, mejores relaciones y serán más generosos, según nos ilustra el psicólogo Claudio Ibáñez2.

Por más que se nos advierta que los resultados de las investigaciones de la psicología positiva no son una receta para ser feliz (lo que seguramente resalta la necesidad de investigar más para tener mejores resultados), la pretensión de explicar científicamente el tipo de hábitos que conducirían a una vida feliz, unida a la afirmación de que la felicidad es un bien supremo (citando a Aristóteles), constituyen en lo fundamental una idea particular sobre cómo es mejor vivir. Definen un estándar hacia el cual habría que orientar al conjunto de la población, pese a su aparente neutralidad moral.

Imaginemos, por ejemplo, que una persona que no profesa creencias en algo trascendente decide libremente no tener una pareja estable: bajo la forma de una bien intencionada orientación científica hacia la felicidad, la psicología positiva le recomendaría modificar estas decisiones que constituyen una parte muy central del ejercicio de su libertad, visto que ambas conductas no coinciden con las características de las personas felices. En los hechos, la psicología positiva está moralizando con evidencia estadística. Esto constituye un tipo de falacia que debe evitarse consistentemente: deducir normas morales a partir de hechos empíricos.

El discurso de la felicidad y la positividad tiene además una consecuencia pública importante que refuerza el argumento contra su difusión. En el marco de las protestas ciudadanas de los últimos meses, se ha hablado que son una expresión de emociones como la rabia, descontento o frustración3. Esto implica que un estado emocional distinto permitiría no solo evitar las consecuencias inmediatas de las protestas -alteración del orden público, delitos contra la propiedad, etc.- sino que una ciudadanía más feliz no necesitaría expresarse de esta forma. El orden social sería, entonces, fruto de un generalizado estado mental individual positivo que todo ciudadano puede cultivar con medios respaldados científicamente; lo que deja en muy mal pie la convicción democrática que afirma que la vida en común debe ordenarse mediante el diálogo y la tramitación de los desacuerdos. Quizás una “sociedad feliz” con individuos positivos y más adaptados sería menos conflictiva, pero el precio a pagar sería una sociedad menos democrática.

Este tema no es para nada nuevo. La promesa de un individuo más adaptado encontró un gran escollo en la defensa de la autonomía cuando el concepto de moda era la inteligencia, una capacidad adaptativa que había que medir y generalizar. Luego pasó otro tanto con la inteligencia emocional o con la resiliencia. Aunque la sola idea de salud mental o de bienestar psicosocial contiene una promesa de mejorar el ajuste del sujeto a las condiciones del mundo externo modificando aspectos cognitivos, emocionales o psicosociales, esta oferta de adaptación tiene límites definidos por las condiciones materiales de vida, condiciones sociales y políticas, entre otras.

Pero también hay límites de corte ético: no parece compatible con la salud mental favorecer la adaptación de alguien a un entorno en el que se vulneran de manera sostenida, grave o abierta los derechos fundamentales. Forzar a un individuo para que abandone modos de comportamiento culturalmente valiosos para adaptarse mejor al medio vendría objetado por el respeto a la diversidad cultural que caracteriza las sociedades pluralistas. Tampoco parece lógico aspirar a la adaptación incondicional a situaciones sociales que por definición son modificables y necesarias de cuestionar.

La psicología puede prescindir de la idea de “felicidad” para explicar el alcance de sus intervenciones y para justificar su aporte a los individuos.


1 Primer Barómetro de la Felicidad en Chile – Instituto de la Felicidad Coca-Cola, 2011, p. 18.
2 “Psicología Positiva y felicidad”,en Primer Barómetro de la Felicidad en Chile – Instituto de la Felicidad Coca-Cola, 2011, p. 11.
3 Un argumento de este tono fue expuesto por el ministro del Interior en el programa “Estado Nacional” del 1 julio 2012.