En Twitter es popular una fórmula para comentar cualquier evento sorprendente, según la cual viviríamos en una historia de ficción llamada “Chile” cuyo guionista se permite todo tipo de giros, excentricidades, y crueldades. Es una plataforma proclive a la frivolidad, pero el ejemplo sirve para apuntar algo más real: vivimos una época confusa, difícil, extenuante. El proceso constituyente, la pandemia y la violencia, son tres asuntos que aparecen sin pausa en la información que consumimos y que están entre las causas del agotamiento.
¿Qué puede haber en común entre la crisis política que Chile quiere remontar usando la democracia, la fatiga pandémica, y la crispación palpable en las calles, trabajos y escuelas? La ansiedad que responde a la incertidumbre, al asedio de la enfermedad y la muerte puede volvernos más propensos a buscar argumentos simples que, casi sin excepción, culpan a la maldad de otros por nuestras aflicciones.
Los mecanismos de defensa que usamos contra las diversas formas de ansiedad comienzan en nuestra mente, pero según el psicólogo Elliott Jaques son complementados por la protección que proveen los sistemas sociales que nos rodean: roles, leyes y reglas, modos de actuar prescritos, así como la pertenencia que experimentamos dentro de ellos.
Pero cansancio no es violencia, y el hastío no tiene por qué significar el desborde de todas las ansiedades. Hay algo más que perturba. En 1998 Armando Uribe citaba a Leonardo Sciacia para retratar una presencia inquietante: “algo difuso, manifestado en los tratos personales, dentro de las familias, en el trabajo, en las calles, como agresividad apenas contenida y dispuesta a fuerte violencia en las crisis, no de los individuos sino sociales.” Se refiere el autor a un espíritu fascista que se disemina antes de la aparición de la organización fascista en una sociedad. El sentimiento de dificultad prolongado en muchas crisis simultáneas parece socavar el pensamiento racional y eleva la violencia a la altura de una salida.
En Twitter es popular una fórmula para comentar cualquier evento sorprendente, según la cual viviríamos en una historia de ficción llamada “Chile” cuyo guionista se permite todo tipo de giros, excentricidades, y crueldades. Es una plataforma proclive a la frivolidad, pero el ejemplo sirve para apuntar algo más real: vivimos una época confusa, difícil, extenuante. El proceso constituyente, la pandemia y la violencia, son tres asuntos que aparecen sin pausa en la información que consumimos y que están entre las causas del agotamiento.
¿Qué puede haber en común entre la crisis política que Chile quiere remontar usando la democracia, la fatiga pandémica, y la crispación palpable en las calles, trabajos y escuelas? La ansiedad que responde a la incertidumbre, al asedio de la enfermedad y la muerte puede volvernos más propensos a buscar argumentos simples que, casi sin excepción, culpan a la maldad de otros por nuestras aflicciones.
Los mecanismos de defensa que usamos contra las diversas formas de ansiedad comienzan en nuestra mente, pero según el psicólogo Elliott Jaques son complementados por la protección que proveen los sistemas sociales que nos rodean: roles, leyes y reglas, modos de actuar prescritos, así como la pertenencia que experimentamos dentro de ellos.
Pero cansancio no es violencia, y el hastío no tiene por qué significar el desborde de todas las ansiedades. Hay algo más que perturba. En 1998 Armando Uribe citaba a Leonardo Sciacia para retratar una presencia inquietante: “algo difuso, manifestado en los tratos personales, dentro de las familias, en el trabajo, en las calles, como agresividad apenas contenida y dispuesta a fuerte violencia en las crisis, no de los individuos sino sociales.” Se refiere el autor a un espíritu fascista que se disemina antes de la aparición de la organización fascista en una sociedad. El sentimiento de dificultad prolongado en muchas crisis simultáneas parece socavar el pensamiento racional y eleva la violencia a la altura de una salida.