Nuestra académica y jefa del Área de Psicología Social-Comunitaria, Alejandra Energici, habló con revista Paula sobre su investigación entorno al deporte y la actividad física en mujeres. A continuación encontrarás la entrevista.
Fuente: Paula
La estudiante de periodismo Josefa Montes comenzó a nadar a los 6 años en la piscina del colegio Aconcagua, camino a Quilpué. Cuando sus padres notaron que era algo que le gustaba mucho, la metieron a clases de natación en la Escuela Naval en Playa Ancha, donde empezó a entrenar tres veces por semana. Pasó varios años motivada en esa rutina, pero cuando cumplió 10 años y su cuerpo empezó a desarrollarse, las mujeres de su propia familia la llenaron de advertencias sobre los posibles efectos de su entrenamiento. “Las mujeres que hacen natación tienen cuerpos feos”. “No deberías nadar tanto, te va a salir espalda de hombre”. Estas opiniones terminaron por acomplejarla y abandonó el nado. Unos años después de ese episodio intentó cambiar de deporte y entró a fútbol, pero lejos de haberse liberado de sus fantasmas encontró no solo los mismos comentarios sobre su cuerpo, sino otros obstáculos. “Me enfrenté a comentarios totalmente nuevos. De pronto, no solo era la niña con espalda ancha, también era la camiona, la lesbiana, la fleta. Además, el fútbol es un deporte ruidoso y no era bien visto que nosotras, las mujeres que jugábamos, gritáramos en la cancha o nos enojáramos. En el camino me lesioné y decidí no hacer más ‘deporte de hombres’. Ya de adulta me costó mucho retomar esos hábitos deportivos”.
Andrea Aguilera, 41 años, educadora diferencial, tiene la misma historia. Siempre le gustó el básquetbol, pero su problema para practicarlo era que desde pequeña la molestaban por su altura, así que se sentía incómoda en su cuerpo. Cuando cumplió 11 años empezó a desarrollarse y fue peor: “No podía correr por mis pechugas, cuando me ponía una polera tenía que ser oscura, porque sentía que hasta el profe me miraba. Terminé por fastidiarme y no puse nada de empeño en las calificaciones, siempre tuve malas notas en educación física. Hasta ahora me pesa no haber desarrollado un amor al deporte por eso”.
Fueron historias como estas con las que se encontró la psicóloga y doctora en sociología Alejandra Energici al investigar las razones por las cuales las mujeres tenemos una relación tan difícil con el deporte y la actividad física. Partiendo por cifras básicas, según una encuesta de salud del Minsal, el 93% de las mujeres es sedentaria, es decir hace actividad física menos de una hora y media por semana. En sus investigaciones, Alejandra se topó con varios obstáculos que comenzaban desde la infancia: el tipo de ropa de las niñas, demasiado ajustada para la movilidad, los comentarios y la incomodidad frente a un cuerpo que debe seguir ciertos estándares que hacen prácticamente imposible hacer ejercicio. “El tema de la ropa deportiva, que no les contienen las pechugas, por ejemplo, les preocupan las burlas o que las miren. También los pelos, dentro de la investigación me topé con experiencias muy dolorosas como la de una niña que la mamá no la dejaba depilarse y trató de depilarse con un corta cartón para poder hacer deporte, imagínate su nivel de angustia. También la transpiración o la regla, se preocupan de que no se les note. Finalmente es un cuerpo con ciertos requisitos estéticos, un cuerpo que tiene que hacer deporte, pero que no se vea como que hizo deporte, y esa es una cuestión tremendamente complicada, ¡más encima en niñitas de 11 años! Todos estos temas terminan siendo obstáculos y hacen que derechamente lo terminen abandonando”.
Alejandra siguió especializándose en este tema en sus investigaciones y fue descubriendo que estas dificultades de género persistían en la adultez y eran reafirmadas por la cultura. Cuando un colega le pidió que expusiera en un congreso sobre deporte –donde todos los exponentes eran hombres– revisó los datos de otra investigación en la que había estado trabajando sobre el cuerpo en la publicidad y encontró algo que le llamó la atención: “Teníamos cuatrocientas y tantas imágenes publicitarias y cuando me puse a buscar mujeres haciendo deporte, encontramos del orden de 6 o no más de 10. Ahí te das cuenta que en realidad las mujeres no aparecemos muy asociadas al deporte. Lo otro que nos apareció en el estudio es que en los hombres veíamos cuerpos musculosos, siempre en movimiento, y en las mujeres, en cambio, primaba el verse delgada y ser de huesos prominentes, lo cual está asociado no a la actividad física sino a un control del hambre”. Esto es algo que también observa la instructora de pol dance Atenea Lagos. Tuvo la suerte de tener desde niña una buena relación con el deporte, siempre motivada por su familia. Hacía ballet y voleibol y era de las que siempre elegían para capitana en los equipos. Hoy está dedicada al pol dance y hace clases para mujeres de todas las edades. Ha podido corroborar la tesis de Alejandra, sobre las exigencias que tienen las mujeres a la hora de querer hacer algún deporte. “Sobre todo en la generación de los 30 o 40 años, vienen con la idea de que la mujer tiene que ser más bien quieta, callada, bonita, y sobre todo flaca y no fibrosa, porque si no son como “machorras-camión”. Escucho a muchas conocidas que quieren hacer pol dance pero no quieren que les crezca el cuerpo ni ponerse cuadradas. A mí me pasó también muchas veces que la gente, incluso mi papá, me veían y decían “oye tienes la espalda gigante”. Y para mí es bacán, porque significa que tengo más desarrollo muscular y eso es avance. Pero en las mujeres en general sigue estando esta idea de que deben ser gráciles, bellas, etéreas, delgadas y medias ninfas”. Tanto más dramático es, dice Alejandra, cuando el cuerpo de la mujer derechamente no cuadra con los estándares de belleza delgados, porque sienten vergüenza de exponer sus cuerpos al hacer ejercicio. “Los gimnasios son lugares tremendamente hostiles para las mujeres que no calzan con cierto tipo de cuerpo, incluso en algunas partes del mundo se crean gimnasios para mujeres gordas por lo mismo. En una de las investigaciones salió el caso de una mujer gorda que ocupaba las máquinas de ejercicio que ponen en las plazas y le gritaban cosas, burlándose de ella. Cómo van a querer las mujeres hacer deporte así”.
Otros de los grandes factores que hace que las mujeres abandonen el deporte tiene que ver con las tareas de cuidado, sobre todo cuando son madres. Carolina, madre de tres niños, fue profesora de yoga y lo practicó hasta una semana antes de su primer hijo. Ha intentado retomar su práctica, pero no ha tenido éxito. “Entre embarazos, la casa y los tres nenes se me hace imposible. Lo extraño muchísimo y he intentado seguir, pero es demasiado más difícil, sobre todo en pandemia, con el colegio y jardín sin horario fijo y sin apoyo. Ahora mi deporte es manejar a los niños y la casa”, dice resignada, aunque ya se lo toma con humor.
Esta variante también ha surgido mucho en las investigaciones de Alejandra, cómo las labores domésticas y de cuidado de los hijos dejan a las mujeres sin tiempo ni ganas de hacer actividad física, en relación a los hombres que sí mantienen sus rutinas de ejercicio a pesar de la llegada de los hijos. “El problema no son los hijos, sino que se consideran responsabilidad exclusiva de la mujer. No tienen redes de cuidado y se espera que se hagan cargo de ellos con todos los costos que implica ese cuidado; el deporte cae en una más de las cosas que tienen que posponer. Incluso tienen culpa si hacen ejercicio, porque hay una sanción social. Yo he escuchado cuando la gente dice ‘dejó a los hijos con la nana para irse al gimnasio, horrible”. Y si él fue al gimnasio mientras ella se quedó con los hijos no es tema, o sea yo veo a un montón de amigas con hijos chicos y los maridos corriendo maratones. Y esto empeora mucho en niveles socioeconómico más bajos, no tienen tiempo, la tasa de sedentarismo es dramática”.
En cuanto a soluciones o salidas posibles para que esta realidad vaya cambiando, a Alejandra le cuesta ver una mejora a corto plazo. “Se requiere de resistencias y de hacernos conscientes. Soluciones sociales también, tener más sistemas de apoyo de cuidado institucionales, por ejemplo, pero las soluciones implican también darnos cuenta de cómo las mujeres somos sujeto de injusticias”. Atenea tiene una esperanza en las nuevas generaciones, que dice vienen más empoderas con la relación con su cuerpo. “Hay un cambio de generación muy grande, las cabras más jóvenes tienen una visión súper diferente de su cuerpo, saben que la actividad física es importante y no por ser flacas, sino por el empoderamiento que trae en su autoestima el ser fuertes físicamente”. Coincide también en esto Josefa, que también encuentra inspiración en las nuevas generaciones. “Al menos hoy hay mucha más apertura de mente sobre los deportes, creo que es necesario darles el crédito a nuestras deportistas nacionales que tanto se han esforzado durante su vida para derribar estigmas y triunfar en sus carreras. Son inspiradoras, tanto para las que estamos más viejas como para las nuevas generaciones”.
Nuestra académica y jefa del Área de Psicología Social-Comunitaria, Alejandra Energici, habló con revista Paula sobre su investigación entorno al deporte y la actividad física en mujeres. A continuación encontrarás la entrevista.
Fuente: Paula
La estudiante de periodismo Josefa Montes comenzó a nadar a los 6 años en la piscina del colegio Aconcagua, camino a Quilpué. Cuando sus padres notaron que era algo que le gustaba mucho, la metieron a clases de natación en la Escuela Naval en Playa Ancha, donde empezó a entrenar tres veces por semana. Pasó varios años motivada en esa rutina, pero cuando cumplió 10 años y su cuerpo empezó a desarrollarse, las mujeres de su propia familia la llenaron de advertencias sobre los posibles efectos de su entrenamiento. “Las mujeres que hacen natación tienen cuerpos feos”. “No deberías nadar tanto, te va a salir espalda de hombre”. Estas opiniones terminaron por acomplejarla y abandonó el nado. Unos años después de ese episodio intentó cambiar de deporte y entró a fútbol, pero lejos de haberse liberado de sus fantasmas encontró no solo los mismos comentarios sobre su cuerpo, sino otros obstáculos. “Me enfrenté a comentarios totalmente nuevos. De pronto, no solo era la niña con espalda ancha, también era la camiona, la lesbiana, la fleta. Además, el fútbol es un deporte ruidoso y no era bien visto que nosotras, las mujeres que jugábamos, gritáramos en la cancha o nos enojáramos. En el camino me lesioné y decidí no hacer más ‘deporte de hombres’. Ya de adulta me costó mucho retomar esos hábitos deportivos”.
Andrea Aguilera, 41 años, educadora diferencial, tiene la misma historia. Siempre le gustó el básquetbol, pero su problema para practicarlo era que desde pequeña la molestaban por su altura, así que se sentía incómoda en su cuerpo. Cuando cumplió 11 años empezó a desarrollarse y fue peor: “No podía correr por mis pechugas, cuando me ponía una polera tenía que ser oscura, porque sentía que hasta el profe me miraba. Terminé por fastidiarme y no puse nada de empeño en las calificaciones, siempre tuve malas notas en educación física. Hasta ahora me pesa no haber desarrollado un amor al deporte por eso”.
Fueron historias como estas con las que se encontró la psicóloga y doctora en sociología Alejandra Energici al investigar las razones por las cuales las mujeres tenemos una relación tan difícil con el deporte y la actividad física. Partiendo por cifras básicas, según una encuesta de salud del Minsal, el 93% de las mujeres es sedentaria, es decir hace actividad física menos de una hora y media por semana. En sus investigaciones, Alejandra se topó con varios obstáculos que comenzaban desde la infancia: el tipo de ropa de las niñas, demasiado ajustada para la movilidad, los comentarios y la incomodidad frente a un cuerpo que debe seguir ciertos estándares que hacen prácticamente imposible hacer ejercicio. “El tema de la ropa deportiva, que no les contienen las pechugas, por ejemplo, les preocupan las burlas o que las miren. También los pelos, dentro de la investigación me topé con experiencias muy dolorosas como la de una niña que la mamá no la dejaba depilarse y trató de depilarse con un corta cartón para poder hacer deporte, imagínate su nivel de angustia. También la transpiración o la regla, se preocupan de que no se les note. Finalmente es un cuerpo con ciertos requisitos estéticos, un cuerpo que tiene que hacer deporte, pero que no se vea como que hizo deporte, y esa es una cuestión tremendamente complicada, ¡más encima en niñitas de 11 años! Todos estos temas terminan siendo obstáculos y hacen que derechamente lo terminen abandonando”.
Alejandra siguió especializándose en este tema en sus investigaciones y fue descubriendo que estas dificultades de género persistían en la adultez y eran reafirmadas por la cultura. Cuando un colega le pidió que expusiera en un congreso sobre deporte –donde todos los exponentes eran hombres– revisó los datos de otra investigación en la que había estado trabajando sobre el cuerpo en la publicidad y encontró algo que le llamó la atención: “Teníamos cuatrocientas y tantas imágenes publicitarias y cuando me puse a buscar mujeres haciendo deporte, encontramos del orden de 6 o no más de 10. Ahí te das cuenta que en realidad las mujeres no aparecemos muy asociadas al deporte. Lo otro que nos apareció en el estudio es que en los hombres veíamos cuerpos musculosos, siempre en movimiento, y en las mujeres, en cambio, primaba el verse delgada y ser de huesos prominentes, lo cual está asociado no a la actividad física sino a un control del hambre”. Esto es algo que también observa la instructora de pol dance Atenea Lagos. Tuvo la suerte de tener desde niña una buena relación con el deporte, siempre motivada por su familia. Hacía ballet y voleibol y era de las que siempre elegían para capitana en los equipos. Hoy está dedicada al pol dance y hace clases para mujeres de todas las edades. Ha podido corroborar la tesis de Alejandra, sobre las exigencias que tienen las mujeres a la hora de querer hacer algún deporte. “Sobre todo en la generación de los 30 o 40 años, vienen con la idea de que la mujer tiene que ser más bien quieta, callada, bonita, y sobre todo flaca y no fibrosa, porque si no son como “machorras-camión”. Escucho a muchas conocidas que quieren hacer pol dance pero no quieren que les crezca el cuerpo ni ponerse cuadradas. A mí me pasó también muchas veces que la gente, incluso mi papá, me veían y decían “oye tienes la espalda gigante”. Y para mí es bacán, porque significa que tengo más desarrollo muscular y eso es avance. Pero en las mujeres en general sigue estando esta idea de que deben ser gráciles, bellas, etéreas, delgadas y medias ninfas”. Tanto más dramático es, dice Alejandra, cuando el cuerpo de la mujer derechamente no cuadra con los estándares de belleza delgados, porque sienten vergüenza de exponer sus cuerpos al hacer ejercicio. “Los gimnasios son lugares tremendamente hostiles para las mujeres que no calzan con cierto tipo de cuerpo, incluso en algunas partes del mundo se crean gimnasios para mujeres gordas por lo mismo. En una de las investigaciones salió el caso de una mujer gorda que ocupaba las máquinas de ejercicio que ponen en las plazas y le gritaban cosas, burlándose de ella. Cómo van a querer las mujeres hacer deporte así”.
Otros de los grandes factores que hace que las mujeres abandonen el deporte tiene que ver con las tareas de cuidado, sobre todo cuando son madres. Carolina, madre de tres niños, fue profesora de yoga y lo practicó hasta una semana antes de su primer hijo. Ha intentado retomar su práctica, pero no ha tenido éxito. “Entre embarazos, la casa y los tres nenes se me hace imposible. Lo extraño muchísimo y he intentado seguir, pero es demasiado más difícil, sobre todo en pandemia, con el colegio y jardín sin horario fijo y sin apoyo. Ahora mi deporte es manejar a los niños y la casa”, dice resignada, aunque ya se lo toma con humor.
Esta variante también ha surgido mucho en las investigaciones de Alejandra, cómo las labores domésticas y de cuidado de los hijos dejan a las mujeres sin tiempo ni ganas de hacer actividad física, en relación a los hombres que sí mantienen sus rutinas de ejercicio a pesar de la llegada de los hijos. “El problema no son los hijos, sino que se consideran responsabilidad exclusiva de la mujer. No tienen redes de cuidado y se espera que se hagan cargo de ellos con todos los costos que implica ese cuidado; el deporte cae en una más de las cosas que tienen que posponer. Incluso tienen culpa si hacen ejercicio, porque hay una sanción social. Yo he escuchado cuando la gente dice ‘dejó a los hijos con la nana para irse al gimnasio, horrible”. Y si él fue al gimnasio mientras ella se quedó con los hijos no es tema, o sea yo veo a un montón de amigas con hijos chicos y los maridos corriendo maratones. Y esto empeora mucho en niveles socioeconómico más bajos, no tienen tiempo, la tasa de sedentarismo es dramática”.
En cuanto a soluciones o salidas posibles para que esta realidad vaya cambiando, a Alejandra le cuesta ver una mejora a corto plazo. “Se requiere de resistencias y de hacernos conscientes. Soluciones sociales también, tener más sistemas de apoyo de cuidado institucionales, por ejemplo, pero las soluciones implican también darnos cuenta de cómo las mujeres somos sujeto de injusticias”. Atenea tiene una esperanza en las nuevas generaciones, que dice vienen más empoderas con la relación con su cuerpo. “Hay un cambio de generación muy grande, las cabras más jóvenes tienen una visión súper diferente de su cuerpo, saben que la actividad física es importante y no por ser flacas, sino por el empoderamiento que trae en su autoestima el ser fuertes físicamente”. Coincide también en esto Josefa, que también encuentra inspiración en las nuevas generaciones. “Al menos hoy hay mucha más apertura de mente sobre los deportes, creo que es necesario darles el crédito a nuestras deportistas nacionales que tanto se han esforzado durante su vida para derribar estigmas y triunfar en sus carreras. Son inspiradoras, tanto para las que estamos más viejas como para las nuevas generaciones”.