Diversidad familiar: un desafío para la psicoterapia

desafio-psicoterapia

Por Daniela González L.* y Adriana Fernández**. *Ps. Universidad Diego Portales Terapeuta Familiar y de Pareja ICHTF. Coordinadora del Programa de atención familias y parejas. Coordinadora Centro de Atención Psicológica (CAPS) U. Alberto Hurtado. Supervisora Clínica Universidad Alberto Hurtado. **PS. Universidad de la Frontera de Temuco Terapeuta familiar y pareja ICHTF. Docente y supervisora clínica Universidad Alberto Hurtado. Magíster Estudios Avanzados de la Familias y Parejas, Universidad Alberto Hurtado.

Desde sus comienzos en 2010, al interior del Centro de Atención Psicológica (CAPS) de la facultad de Psicología de la Universidad Alberto Hurtado, la unidad de Atención a Familias y Parejas tuvo como preocupación principal la mirada que poníamos sobre las familias. . A partir de ello, emergió la idea de desarrollar una línea de trabajo específica que abordara problemáticas presentes en las llamadas nuevas configuraciones familiares, entendiendo a estas últimas como las familias que presentan una composición diferente a la familia tradicional o aquella en que los vínculos centrales son los legales o sanguíneos. En estas nuevas configuraciones la conexión está dada por “lazos afectivos, de cuidado y protección mediados por el lenguaje, además de lazos consanguíneos o legales” (1)

La Unidad, de este modo, centraría su trabajo en dos grandes ámbitos: familias “diversas” y familias con una configuración “más tradicional”. Pero, a poco andar, esta distinción nos incomodó; ¿Por qué era necesario dividir a las familias?, ¿Era adecuado situar a unas en el polo de la normalidad y a otras en el de lo “desviado”? ¿Distinguir no era, de algún modo, discriminar? ¿No significaría el riesgo de que la comprensión terapéutica, más que integrar, parcelara las problemáticas familiares? ¿No eran acaso todas las familias distintas en sí mismas? ¿Qué podría significar para las familias ser atendidas en una unidad llamada “diversidad familiar”? ¿Podría generarse bajo este título una suerte de “estigmatización”?

Estas interrogantes que circulaban junto a nuestro quehacer terapéutico nos hicieron pensar que, en lugar de dividir en dos ámbitos el trabajo clínico, era más apropiado hablar de una línea de profundización o especialización que contemplara las características y necesidades de las personas que integran estas nuevas configuraciones familiares, tales como familias simultáneas (mixta, simple y compleja), familias adoptivas y homosexual, familia elegida, familia unipersonal, díada conyugal, unidad doméstica, familia de procreación in vitro, entre otras.

Quizá una forma de superar la dualidad “diverso-tradicional” y con ello evitar escindir la comprensión de los procesos humanos, sea recordar (y entonces contextualizar) cómo muchos de los fenómenos psicosociales que han surgido en determinados momentos, alejándose de una forma “habitual” de funcionamiento, han tenido que ser relevados, nombrados o “distinguidos” para avanzar en su comprensión y, finalmente, ser integrados. Un punto de partida para contextualizar es atender a los cambios experimentados en la familia y su estructura en las últimas décadas en nuestro país.

La encuesta CASEN (2) realizada el año 2011 en Chile evidenció una notoria disminución de las mujeres casadas, un aumento de las personas que viven solas y variaciones en la composición de la familia. Las siguientes cifran nos permiten ver algunos de estos cambios:

  • Los hogares compuestos por una madre y un padre cayeron 10% en los últimos 10 años
  • Aumentaron los hogares monoparentales a un 27,4%
  • Los hogares unipersonales crecieron en 550.000 (11,3%)
  • Hace 20 años las parejas que convivían eran el 8% y todos los demás eran casados. Hoy día los que conviven son el 28%
  • La familia tipo de hace 20 años, compuesta por los padres y dos hijos, ya no es mayoritaria; de 3,9 personas bajó a 3,4
  • En casi la mitad de los hogares (52,3%) hay un menor de 18 años

La muestra también entrega datos acerca de la situación de la mujer en nuestro país, en el ámbito laboral y familiar y según estrato socioeconómico. Podemos observar que una de cada cuatro mujeres de escasos recursos tiene un hijo antes de los 18 años. En los estratos más altos, la relación es de una de cada 12 mujeres. Además, el número de mujeres casadas cayó de 36% a 27,1%, mientras que se triplican las convivientes, de 3,5% a 10,6%, y las separadas o anuladas se duplicaron de 3,8% a 6,9%.

En términos laborales, mientras en 1990 la participación laboral femenina era de 31,5%, hoy se acerca al 43%. El desempleo, en tanto, bajó 2,6% entre 2009 y 2011. En materia de remuneraciones el sondeo ratifica que las mujeres siguen ganando menos que los hombres con una diferencia promedio de $129.000, si bien la brecha ha disminuido seis puntos en los últimos tres años. Si hoy un hombre gana en promedio $489.000, la mujer percibe $360.000 y esto va unido a que los hogares donde la mujer es la principal sostenedora se han triplicado en los últimos 20 años. En muchos casos, la mujer se ha transformado en el pilar del núcleo familiar, como jefa de hogar y aportadora del principal ingreso.

Con estos datos, y sin dejar de lado que todas las familias se configuran de un modo particular y que cada una de ellas debe ser vista en su especificidad, tanto en relación a sus miembros como a los roles que cumplen y al contexto social en que se encuentran, creemos que es necesario relevar el concepto de diversidad familiar como una forma de salir de los cánones tradicionales que nos han mostrado un modelo dominante de familia, a saber, la familia biparental, heterosexual y con hijos en común (3).

Importa considerar otros modelos de familias porque la denominada “familia tradicional” ha sido validada como la forma “correcta” por el discurso dominante, lo que ha generado entre las personas que pertenecen a otros tipos de organizaciones familiares la sensación de estar en falta y de no ser una familia “bien constituida” (4). Esta percepción puede ser reforzada por los juicios que, en ocasiones, los profesionales de las ciencias sociales y de la salud mental emitimos cuando explicamos el comportamiento de las personas en función de la familia a la que pertenecen. Frases como “hijo de padres separados”, “familia disfuncional”, “madre soltera”, “ausencia de rol paterno”, entre otras, nos permiten reflexionar en torno al peso que se le adjudica pertenecer a un tipo de familia u otro, puesto que en algunas circunstancias estas clasificaciones aparecen como la “causa” de algún tipo de dificultad o comportamiento clasificado como desadaptativo.

En el desarrollo de la terapia familiar, la definición de familia no ha estado exenta de discusiones. Salvador Minuchin (5), uno de los pioneros en esta disciplina, describe en sus primeros textos a la familia como “un grupo natural que en el curso del tiempo ha elaborado pautas de interacción (que) constituyen la estructura familiar”. Esta definición pone énfasis en la estructura de la familia, tanto en sus integrantes como en los roles y funciones que estos cumplen en el sistema. El autor incluye las funciones que ésta cumple, la protección psicosocial de sus miembros, la acomodación a una cultura y la trasmisión de ésta. Desde esta perspectiva, las familias podían cumplir o no estas funciones y, por lo tanto, ser consideradas funcionales o disfuncionales.

Hoy en día nos damos cuenta de los frecuentes procesos de cambio que el sistema familiar enfrenta y que han convertido en insuficiente para describir a las familias actuales la idea de una estructura relativamente permanente. Por el contrario, es necesario considerar la forma
en que las familias se organizan y cambian a través del lenguaje y de sus relatos que elaboran sobre sí mismas, ya que “configurarse es construir una trama, una historia que integre lo concordante (los aspectos normativos de la experiencia familiar) y lo discordante (el acontecimiento, lo que irrumpe, lo no normativo, las crisis). Tramar o poner en intriga permite sintetizar lo heterogéneo e incluirlo en la historia contada, narrada” (1).

La propuesta, entonces, es considerar a la familia como un sistema en permanente construcción, cuyas fronteras no se limitan a las definiciones legales, biológicas o religiosas, sino más bien a la historia y relatos compartidos de los miembros de cada sistema.

Ya que numerosas investigaciones han comprobado que las expectativas, actitudes y posiciones teóricas de los terapeutas influyen en la manera en que vemos a los pacientes y, por lo tanto, en cómo nos comportamos frente a ellos (6,7,8) es central preguntarnos por nuestras miradas sobre las diversas formas de ser familia, nuestro conocimiento de las nuevas configuraciones familiares, sus características, fortalezas y debilidades, así como por la interacción entre los sistemas familiares y sistemas sociales más amplios, la escuela, la salud y la justicia, entre otros. El ejercicio tiene la finalidad de adaptar nuestras prácticas a los diversos tipos de familias con que trabajamos, evitar actitudes discriminatorias o excluyentes y facilitar nuestra labor de puente entre estos núcleos y otras organizaciones sociales a las que pertenecen.

Por lo anterior es que reflexionamos en torno a la diversidad, concepto que hace referencia a “variedad y abundancia”, mientras que el concepto de diferencia significa “cualidad que distingue dos cosas” (9). De acuerdo al significado de estas palabras, creemos que diversidad es la que mejor representa nuestra intención de mirar la variedad y no de comparar entre una forma tradicional de hacer familia y otra “no tradicional”, puesto que al comparar corremos el riesgo de valorar una en desmedro de la otra y establecer jerarquías que producen desigualdad.

Esta mirada de lo diverso nos permite visibilizar y legitimar diversas prácticas familiares y nos ayuda a intervenir según lo que es propio de cada grupo familiar y no a partir de un modelo normativo que tiende a dejar fuera muchas formas de relacionarse que cumplen con lo que se espera de un grupo familiar -vínculo, empatía, protección, acogida, sentido de pertenencia- aunque no en la forma o estructura convencional. Pensamos, por ejemplo, en las nuevas formas de ser padres o madres, ya no definidas sólo desde lo biológico o roles de género estereotipados, sino a partir de los afectos, como la opción por la paternidad sin pareja o por la monoparentalidad. Estas nuevas parentalidades deben ser consideradas en sí mismas, no como sustitutos parciales de las parentalidades “normales”. En síntesis, se trata de evitar la búsqueda de lo que no está o de lo que falta, puesto que esta búsqueda muchas veces se transforma en un juicio a lo que está y que no somos capaces de valorar.

Tenemos el desafío de repensar nuestros propios modelos normativos, abrirnos al cambio permanente, escuchar, comprender y aprender junto a las familias con las que trabajamos.

Referencias
Builes Correa, M. V.; Bedoya Hernández, M. La familia contemporánea: relatos de resiliencia y salud mental. rev.colomb.psiquiatr., Bogotá, v. 37, n. 3, Sept. 2008. Available from . access on 04 Nov. 2013.
Ministerio de Desarrollo Social, Observatorio Social, Encuesta CASEN www.ministeriodesarrollosocial.
gob.cl/observatorio/casen/
Del Pico Rubio, J. Evolución y actualidad de la concepción de familia: Una apreciación de la incidencia positiva de las tendencias dominantes a partir del derecho matrimonial chileno. Ius et Praxis [online]. 2011, vol.17, n.1, pp. 31-56. ISSN 0718-0012. http://dx.doi.org/10.4067/S0718-00122011000100003.
Rojas, M. C.: “Las diversidades familiares a la luz del psicoanálisis vincular”, Buenos Aires, en Actas II Congreso Argentino de Familia y Pareja, 2001.
Fischman, H; Minuchin, S. (2004) Técnicas de Terapia Familiar. Buenos Aires: Paidós
Fernández, M. (1996) Género e interacción en la psicoterapia y equipo reflexivo. Revista de psicoterapia. 26-27, 87-11
Mintz, L., ONeil, J, (1990) Gender, roles, sex, and the process of psychotherapy: Many Questions and few answers. Journal of counseling& developmente, 68, 381-387
Ro, H., Wampler, R., (2009) What`s wrong with these people? Clinicians`views of clinical couples. Journal of Marital and Family Therapy, 35, 3-17.
Real Academia Española. (2001). Diccionario de la lengua española (22.aed.). Consultado
en http://www.rae.es