Alejandra Energici, académica de la Facultad de Psicología de la Universidad Alberto Hurtado, escribió hoy una columna en La Segunda, titulada “El feminismo como pregunta”. Acá se las compartimos.
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Michel Foucault tiene una frase hermosa: ” El último que el agua es el pez”. Se refiere a que nos cuesta divisar las relaciones de poder en las que estamos inmersos. En el caso del feminismo, a veces nos es imposible ver nuestros propios machismos y violencias.
El problema es que el agua cambia de color. Cuando hemos identificado y denunciado formas de desigualdad, exclusión o violencia, aparecen nuevas. A veces más complejas, más difíciles de enfrentar. Así, ser feminista nos obliga a estar constantemente haciéndonos preguntas.
El llamado al empoderamiento de las mujeres, a ser dueñas de nuestro cuerpo y amarlo pese a los cánones de belleza, ha sido apropiado por marcas de ropa, maquillaje y cremas para vender sus productos. Quererse a sí misma se vuelve otro imperativo vinculado al género. Se pone en nosotras, como individuos, algo de orden social, ¿Cómo sentir cariño por un cuerpo gordo cuando se tilda de asqueroso?, ¿cómo amar aquello que te hace sujeto de violencia y acoso callejero? ¿Por qué nadie le pregunta o exige a los hombres que estimen sus defectos?
Otro ejemplo: las primeras olas feministas exigieron, entre otras cosas, el derecho a trabajar. Actualmente esta demanda parece un disparo en los pies; se ha convertido en explotación. A nivel nacional las mujeres hacemos un 68% del trabajo de cuidados, ganamos menos, hay más mujeres pobres que hombres y las de menores ingresos son las que más trabajan remuneradamente ¿Basta con pedir suelos justos? ¿Sólo podemos aspirar a la misma educación y oportunidades? ¿Cómo se puede reconocer el trabajo de cuidado más allá de los bonos? ¿Cómo integrar a otros a cuidar? ¿Puede una mujer que decide quedarse en la casa cuidando a sus hijos ser igual de feminista que aquella que prioriza su carrera?
Quién es mujer y el rol de los hombres es otra pregunta que ha golpeado: ¿sólo es mujer quien nace con genitales femeninos? ¿Tienen todos los mismos derechos a ser feministas? ¿Cómo integramos a aquellas mujeres de pueblos originarios, migrantes, ancianas o de distinta tendencia política a un movimiento generalmente joven con un arraigo especial en las universidades? ¿Puede un hombre ser feminista? Y más importante aún, de serlo, ¿Qué tendría que hacer? No responder estas preguntas hacen que el feminismo se banalice, se convierta en una estrategia de marketing o haga del movimiento algo tan autoritario como fue la exigencia a nuestras abuelas a quedarse en la casa cuidando a los hijos sin más oportunidades ¿Quiénes y cómo ser feministas? Es una pregunta que debemos hacer constantemente para ver el color cambiante del agua.
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Alejandra Energici, académica de la Facultad de Psicología de la Universidad Alberto Hurtado, escribió hoy una columna en La Segunda, titulada “El feminismo como pregunta”. Acá se las compartimos.
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Michel Foucault tiene una frase hermosa: ” El último que el agua es el pez”. Se refiere a que nos cuesta divisar las relaciones de poder en las que estamos inmersos. En el caso del feminismo, a veces nos es imposible ver nuestros propios machismos y violencias.
El problema es que el agua cambia de color. Cuando hemos identificado y denunciado formas de desigualdad, exclusión o violencia, aparecen nuevas. A veces más complejas, más difíciles de enfrentar. Así, ser feminista nos obliga a estar constantemente haciéndonos preguntas.
El llamado al empoderamiento de las mujeres, a ser dueñas de nuestro cuerpo y amarlo pese a los cánones de belleza, ha sido apropiado por marcas de ropa, maquillaje y cremas para vender sus productos. Quererse a sí misma se vuelve otro imperativo vinculado al género. Se pone en nosotras, como individuos, algo de orden social, ¿Cómo sentir cariño por un cuerpo gordo cuando se tilda de asqueroso?, ¿cómo amar aquello que te hace sujeto de violencia y acoso callejero? ¿Por qué nadie le pregunta o exige a los hombres que estimen sus defectos?
Otro ejemplo: las primeras olas feministas exigieron, entre otras cosas, el derecho a trabajar. Actualmente esta demanda parece un disparo en los pies; se ha convertido en explotación. A nivel nacional las mujeres hacemos un 68% del trabajo de cuidados, ganamos menos, hay más mujeres pobres que hombres y las de menores ingresos son las que más trabajan remuneradamente ¿Basta con pedir suelos justos? ¿Sólo podemos aspirar a la misma educación y oportunidades? ¿Cómo se puede reconocer el trabajo de cuidado más allá de los bonos? ¿Cómo integrar a otros a cuidar? ¿Puede una mujer que decide quedarse en la casa cuidando a sus hijos ser igual de feminista que aquella que prioriza su carrera?
Quién es mujer y el rol de los hombres es otra pregunta que ha golpeado: ¿sólo es mujer quien nace con genitales femeninos? ¿Tienen todos los mismos derechos a ser feministas? ¿Cómo integramos a aquellas mujeres de pueblos originarios, migrantes, ancianas o de distinta tendencia política a un movimiento generalmente joven con un arraigo especial en las universidades? ¿Puede un hombre ser feminista? Y más importante aún, de serlo, ¿Qué tendría que hacer? No responder estas preguntas hacen que el feminismo se banalice, se convierta en una estrategia de marketing o haga del movimiento algo tan autoritario como fue la exigencia a nuestras abuelas a quedarse en la casa cuidando a los hijos sin más oportunidades ¿Quiénes y cómo ser feministas? Es una pregunta que debemos hacer constantemente para ver el color cambiante del agua.
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