Carta enviada por Pamela Iturra, Alejandro Wasiliew y Gabriel Oñate, equipo docente del Curso Neurodiversidad, Autismo y Bienestar Integral en la Escuela, de la Facultad de Psicología de la Universidad Alberto Hurtado en Ciper. Lee la versión original en este enlace.
Señor director:
Durante el mes de abril, palabras como T.E.A. o autismo suelen estar más presentes en la agenda pública, en la discusión en redes sociales y en los establecimientos educativos. Edificios de Chile y el mundo se iluminan de azul y se realizan iniciativas por la concienciación del autismo. Probablemente, durante este mes más profesionales de la educación se inscribirán en capacitaciones y comprarán libros o sets de materiales para “niños TEA”. Por su parte, las escuelas tratarán la problemática en sus consejos técnicos, programarán actividades, enviarán comunicados a sus apoderados y decorarán murales con piezas de rompecabezas. Si bien muchas de estas acciones nacen de las buenas intenciones, es importante preguntarse por qué se desarrollan y cuál es la mirada acerca del autismo que subyace a su contenido.
En el año 2008 la ONU proclamó el 2 de abril como el Día Mundial de la Concienciación sobre el Autismo. En la resolución se presenta el autismo como una “discapacidad permanente del desarrollo”, que deriva de un “trastorno neurológico” y que “se caracteriza por deficiencias”. Estos conceptos evidencian la existencia de un discurso patologizante y ofensivo para la comunidad autista que procede del modelo médico o rehabilitador (Palacios, 2008) y de una teoría de la tragedia personal de la discapacidad (Oliver, 1990). Este mismo fundamento está a la base de parte de la política educativa vigente (como el Decreto 170 de Mineduc), según la cual los niños, niñas y jóvenes autistas deben contar con un diagnóstico neurológico o psiquiátrico para recibir apoyos educativos específicos. Consecuentemente, en las escuelas se naturaliza hablar de “derivaciones a profesionales competentes”; “desregulaciones y crisis”; y de “niños y niñas T.E.A.”, lo cual equivale a decir “niños y niñas Trastorno del Espectro Autista”. Pero existe otra mirada respecto de qué es ser autista. Desde el paradigma de la neurodiversidad, las diferentes formas de funcionamiento cognitivo son entendidas como parte de la naturaleza humana y como un beneficio para la sociedad. Este punto de vista de aceptación y valoración ha surgido desde de la propia comunidad autista, que se ha constituido como un movimiento social y político capaz de hablar en voz propia, cuestionar visiones estigmatizantes y de influir en políticas públicas. Igualmente, este movimiento ha propuesto iniciativas que compiten con el discurso oficial respecto a la fecha del 2 de abril. Tal es el caso de la Red de Autodefensa Autista (ASAN, por Autism Self Advocacy Network), quienes promueven cambiar el Día Mundial de la Concienciación sobre el Autismo por el Día de la Aceptación del Autismo.
Desde el paradigma de la neurodiversidad, las escuelas pueden descubrir que al tener estudiantes autistas en sus aulas y patios tienen la oportunidad de interactuar y aprender de los puntos de vista neurodivergentes, enriqueciendo la experiencia pedagógica para todo el alumnado. Este cambio de mirada supone poner en valor que los estudiantes autistas suelen tener una mayor atención a los detalles, una excelente memoria, una gran honestidad, la capacidad de apasionarse profundamente por temas de su interés, y una particular sensibilidad sensorial, a partir de la cual nos indicarán claramente los ajustes que debemos hacer en las escuelas. Más que aplicar mecánicamente los tips de “expertos”, escuchemos lo que los estudiantes autistas tienen que decir respecto de sus procesos formativos y no perdamos la oportunidad de hacer de nuestras escuelas lugares más inclusivos y humanos. A quienes trabajan en establecimientos educativos y esta fecha les interpela a tomar acciones, les invitamos a establecer un diálogo abierto y honesto con sus propios estudiantes autistas, a preguntarles sobre sus intereses y opiniones acerca de su proceso educativo. Les instamos a buscar contenido desde una mirada crítica, a elegir cuidadosamente sus cursos y libros, cuestionando la mirada de base, y a preferir aquellos contenidos que tienen una autoría, o al menos participación, de personas autistas. Esto último no es un simple gesto, sino que guarda relación con la posibilidad de aprovechar el conocimiento que la propia comunidad autista ha elaborado desde la experiencia. En conclusión, lo que estamos proponiendo es que las escuelas vivan esta fecha como una oportunidad para reflexionar y sumarse a esta transformación de paradigma: pasar de la “concienciación” a la aceptación y valoración del autismo.
Carta enviada por Pamela Iturra, Alejandro Wasiliew y Gabriel Oñate, equipo docente del Curso Neurodiversidad, Autismo y Bienestar Integral en la Escuela, de la Facultad de Psicología de la Universidad Alberto Hurtado en Ciper. Lee la versión original en este enlace.
Señor director:
Durante el mes de abril, palabras como T.E.A. o autismo suelen estar más presentes en la agenda pública, en la discusión en redes sociales y en los establecimientos educativos. Edificios de Chile y el mundo se iluminan de azul y se realizan iniciativas por la concienciación del autismo. Probablemente, durante este mes más profesionales de la educación se inscribirán en capacitaciones y comprarán libros o sets de materiales para “niños TEA”. Por su parte, las escuelas tratarán la problemática en sus consejos técnicos, programarán actividades, enviarán comunicados a sus apoderados y decorarán murales con piezas de rompecabezas. Si bien muchas de estas acciones nacen de las buenas intenciones, es importante preguntarse por qué se desarrollan y cuál es la mirada acerca del autismo que subyace a su contenido.
En el año 2008 la ONU proclamó el 2 de abril como el Día Mundial de la Concienciación sobre el Autismo. En la resolución se presenta el autismo como una “discapacidad permanente del desarrollo”, que deriva de un “trastorno neurológico” y que “se caracteriza por deficiencias”. Estos conceptos evidencian la existencia de un discurso patologizante y ofensivo para la comunidad autista que procede del modelo médico o rehabilitador (Palacios, 2008) y de una teoría de la tragedia personal de la discapacidad (Oliver, 1990). Este mismo fundamento está a la base de parte de la política educativa vigente (como el Decreto 170 de Mineduc), según la cual los niños, niñas y jóvenes autistas deben contar con un diagnóstico neurológico o psiquiátrico para recibir apoyos educativos específicos. Consecuentemente, en las escuelas se naturaliza hablar de “derivaciones a profesionales competentes”; “desregulaciones y crisis”; y de “niños y niñas T.E.A.”, lo cual equivale a decir “niños y niñas Trastorno del Espectro Autista”. Pero existe otra mirada respecto de qué es ser autista. Desde el paradigma de la neurodiversidad, las diferentes formas de funcionamiento cognitivo son entendidas como parte de la naturaleza humana y como un beneficio para la sociedad. Este punto de vista de aceptación y valoración ha surgido desde de la propia comunidad autista, que se ha constituido como un movimiento social y político capaz de hablar en voz propia, cuestionar visiones estigmatizantes y de influir en políticas públicas. Igualmente, este movimiento ha propuesto iniciativas que compiten con el discurso oficial respecto a la fecha del 2 de abril. Tal es el caso de la Red de Autodefensa Autista (ASAN, por Autism Self Advocacy Network), quienes promueven cambiar el Día Mundial de la Concienciación sobre el Autismo por el Día de la Aceptación del Autismo.
Desde el paradigma de la neurodiversidad, las escuelas pueden descubrir que al tener estudiantes autistas en sus aulas y patios tienen la oportunidad de interactuar y aprender de los puntos de vista neurodivergentes, enriqueciendo la experiencia pedagógica para todo el alumnado. Este cambio de mirada supone poner en valor que los estudiantes autistas suelen tener una mayor atención a los detalles, una excelente memoria, una gran honestidad, la capacidad de apasionarse profundamente por temas de su interés, y una particular sensibilidad sensorial, a partir de la cual nos indicarán claramente los ajustes que debemos hacer en las escuelas. Más que aplicar mecánicamente los tips de “expertos”, escuchemos lo que los estudiantes autistas tienen que decir respecto de sus procesos formativos y no perdamos la oportunidad de hacer de nuestras escuelas lugares más inclusivos y humanos. A quienes trabajan en establecimientos educativos y esta fecha les interpela a tomar acciones, les invitamos a establecer un diálogo abierto y honesto con sus propios estudiantes autistas, a preguntarles sobre sus intereses y opiniones acerca de su proceso educativo. Les instamos a buscar contenido desde una mirada crítica, a elegir cuidadosamente sus cursos y libros, cuestionando la mirada de base, y a preferir aquellos contenidos que tienen una autoría, o al menos participación, de personas autistas. Esto último no es un simple gesto, sino que guarda relación con la posibilidad de aprovechar el conocimiento que la propia comunidad autista ha elaborado desde la experiencia. En conclusión, lo que estamos proponiendo es que las escuelas vivan esta fecha como una oportunidad para reflexionar y sumarse a esta transformación de paradigma: pasar de la “concienciación” a la aceptación y valoración del autismo.