A pesar de que la prevalencia de enfermedades mentales reflejaba un alza progresiva en los últimos años, fue durante la pandemia cuando este tema empezó a cobrar relevancia en la discusión pública. La incertidumbre, el miedo y la tensión que se genera en el contexto del COVID, dispararon las cifras de trastornos por ansiedad y depresión. Según el último informe Termómetro de Salud Mental ACHS-UC –encuesta que justamente empezó en pandemia–, un 17,5% de las personas presentó síntomas asociados a la probabilidad o sospecha de este tipo de problemas, aumentando un 2% según la evaluación anterior, evidenciando un deterioro que afecta principalmente al género femenino.
De acuerdo a cifras de la Superintendencia de Salud Social, las enfermedades de salud mental en trabajadoras alcanzaron un 77% en mujeres el 2022 –9 puntos más que el 2021– y en hombres un 55%, 20 puntos porcentuales más que el año anterior. Estas cifras se basan en las licencias y enfermedades profesionales que el sistema mutual reconoce y ha calificado como tales. Por lo que si consideramos la alta tasa de rechazo de las denuncias por enfermedad laboral de este sistema, el subreporte de este tipo de malestar y el aumento de la informalidad laboral, la magnitud del problema podría ser mucho mayor.
Tal como señala Marian Rojas Estapé, neuropsiquiatra española que se ha dedicado a estudiar sobre el cortisol –hormona que genera el cuerpo como respuesta al estrés–, vivimos en tiempos en los que el miedo, la incertidumbre y la sensación de soledad han elevado sus niveles en nuestra sociedad. Esta mujer ha investigado alternativas para producir oxitocina –la hormona del parto y la lactancia– que ha sido demostrado que permiten disminuir los niveles de cortisol en la sangre y ha dado con respuestas accesibles para todos(as): abrazos de 8 segundos, mostrar interés por los demás y sentir empatía, escuchar al otro(a) mirándolo a los ojos, enfocarse en conversación sin juzgar y dejar el teléfono al lado, constituyen métodos probados para aumentar la que también se describe como la hormona del amor y los vínculos.
Durante la pandemia, no pudimos abrazarnos, acercarnos a otros(as) y compartir esa experiencia física, psíquica y emocional de conexión que nos brinda el encuentro cotidiano en distintos espacios. Mascarillas, separadores de acrílico y señales de seguridad que piden resguardar la distancia han quedado instalados en el espacio público, recordándonos que en la cercanía hay un peligro latente, haciéndonos olvidar lo bien que nos hace acercarnos. Hemos vuelto al trabajo, pero no necesariamente hemos vuelto a vincularnos. El cortisol que abunda en nuestra sangre se manifiesta en comentarios hirientes y/o agresivos y ambientes de trabajo cada vez más tóxicos y menos acogedores que llevan a muchos a soñar con el “Chao jefe”.
En Chile, considerando que previo a la pandemia tuvimos el estallido social, ya son varios años en que un porcentaje importante de la sociedad se siente estresado, cansado, sensible, solo y/o desesperanzado. Sin embargo, durante los Juegos Panamericanos pareciera ser que algo cambió: la gente se volvió a aglomerar en recintos deportivos en forma masiva. Retomamos la vieja costumbre de ir al estadio a encontrarnos. Las personas volvieron a abrazarse y emocionarse cuando los deportistas marcaban para el equipo, batían un récord, conseguían una medalla o simplemente tenían un gesto amable con su contendor.
Fueron días en que incluso las noticias nos dieron un respiro frente a los portonazos y se llenaron de novedades y curiosidades del mundo del deporte, como así también señales de encuentro y gestos amables: por unos días no importaba la clase social, el partido político o la edad, lo importante era participar, pertenecer y aportar.
Los Juegos Panamericanos fueron una real política de salud mental, en la medida que en su momento llenaron de oxitocina a todos quienes participaron del evento, gozaron y se abrazaron. Estos ofrecieron un espacio para que emergieran tres factores protectores por excelencia, que me ha tocado investigar y estudiar en el ámbito laboral: la colaboración, la confianza y el reconocimiento.
Cuando las personas comparten, apoyan el trabajo de otros, salen de sí mismos y se conectan con las necesidades de los demás, se sienten mejor. Cuando la gente siente que puede confiar en la palabra del otro, en su apoyo y cuidado, el miedo desaparece. Cuando las personas se sienten reconocidas, en especial por sus pares, la conexión y el aprendizaje se disparan.
Lo que nos muestran los Juegos Panamericanos es que, para estar bien, no basta con el voluntarismo ni el individualismo. No basta con que “uno elija estar bien” o “ser positivo”. Para sentirnos bien, necesitamos querer que los otros también se sientan bien. Solo eso nos permite conectar.
Nuestro país tiene hoy la oportunidad de enfrentar este problema y volver a dar esperanzas a las nuevas generaciones, en especial a aquellos más pequeños que quedaron ilusionados con esta experiencia, que significó salir al mundo colectivo en lo que ha sido una vida mucho más puertas adentro y socialmente limitada que la de las antiguas generaciones, por todas las restricciones que han debido enfrentar.
Necesitamos reales políticas de salud mental, especialmente en el mundo del trabajo, donde hoy por la naturaleza de la competitividad de los mercados, las altas exigencias, la precarización y la intensificación de las nuevas formas de organización del trabajo, nos estamos llenando de cortisol. El mundo del trabajo, es un laboratorio social, dice Christophe Dejours, psicoanalista francés dedicado a estudiar el malestar y sufrimiento laboral. Hagamos que este se convierta en una experiencia de encuentro social y bienestar.
Lee la nota también el El Mostrador.
A pesar de que la prevalencia de enfermedades mentales reflejaba un alza progresiva en los últimos años, fue durante la pandemia cuando este tema empezó a cobrar relevancia en la discusión pública. La incertidumbre, el miedo y la tensión que se genera en el contexto del COVID, dispararon las cifras de trastornos por ansiedad y depresión. Según el último informe Termómetro de Salud Mental ACHS-UC –encuesta que justamente empezó en pandemia–, un 17,5% de las personas presentó síntomas asociados a la probabilidad o sospecha de este tipo de problemas, aumentando un 2% según la evaluación anterior, evidenciando un deterioro que afecta principalmente al género femenino.
De acuerdo a cifras de la Superintendencia de Salud Social, las enfermedades de salud mental en trabajadoras alcanzaron un 77% en mujeres el 2022 –9 puntos más que el 2021– y en hombres un 55%, 20 puntos porcentuales más que el año anterior. Estas cifras se basan en las licencias y enfermedades profesionales que el sistema mutual reconoce y ha calificado como tales. Por lo que si consideramos la alta tasa de rechazo de las denuncias por enfermedad laboral de este sistema, el subreporte de este tipo de malestar y el aumento de la informalidad laboral, la magnitud del problema podría ser mucho mayor.
Tal como señala Marian Rojas Estapé, neuropsiquiatra española que se ha dedicado a estudiar sobre el cortisol –hormona que genera el cuerpo como respuesta al estrés–, vivimos en tiempos en los que el miedo, la incertidumbre y la sensación de soledad han elevado sus niveles en nuestra sociedad. Esta mujer ha investigado alternativas para producir oxitocina –la hormona del parto y la lactancia– que ha sido demostrado que permiten disminuir los niveles de cortisol en la sangre y ha dado con respuestas accesibles para todos(as): abrazos de 8 segundos, mostrar interés por los demás y sentir empatía, escuchar al otro(a) mirándolo a los ojos, enfocarse en conversación sin juzgar y dejar el teléfono al lado, constituyen métodos probados para aumentar la que también se describe como la hormona del amor y los vínculos.
Durante la pandemia, no pudimos abrazarnos, acercarnos a otros(as) y compartir esa experiencia física, psíquica y emocional de conexión que nos brinda el encuentro cotidiano en distintos espacios. Mascarillas, separadores de acrílico y señales de seguridad que piden resguardar la distancia han quedado instalados en el espacio público, recordándonos que en la cercanía hay un peligro latente, haciéndonos olvidar lo bien que nos hace acercarnos. Hemos vuelto al trabajo, pero no necesariamente hemos vuelto a vincularnos. El cortisol que abunda en nuestra sangre se manifiesta en comentarios hirientes y/o agresivos y ambientes de trabajo cada vez más tóxicos y menos acogedores que llevan a muchos a soñar con el “Chao jefe”.
En Chile, considerando que previo a la pandemia tuvimos el estallido social, ya son varios años en que un porcentaje importante de la sociedad se siente estresado, cansado, sensible, solo y/o desesperanzado. Sin embargo, durante los Juegos Panamericanos pareciera ser que algo cambió: la gente se volvió a aglomerar en recintos deportivos en forma masiva. Retomamos la vieja costumbre de ir al estadio a encontrarnos. Las personas volvieron a abrazarse y emocionarse cuando los deportistas marcaban para el equipo, batían un récord, conseguían una medalla o simplemente tenían un gesto amable con su contendor.
Fueron días en que incluso las noticias nos dieron un respiro frente a los portonazos y se llenaron de novedades y curiosidades del mundo del deporte, como así también señales de encuentro y gestos amables: por unos días no importaba la clase social, el partido político o la edad, lo importante era participar, pertenecer y aportar.
Los Juegos Panamericanos fueron una real política de salud mental, en la medida que en su momento llenaron de oxitocina a todos quienes participaron del evento, gozaron y se abrazaron. Estos ofrecieron un espacio para que emergieran tres factores protectores por excelencia, que me ha tocado investigar y estudiar en el ámbito laboral: la colaboración, la confianza y el reconocimiento.
Cuando las personas comparten, apoyan el trabajo de otros, salen de sí mismos y se conectan con las necesidades de los demás, se sienten mejor. Cuando la gente siente que puede confiar en la palabra del otro, en su apoyo y cuidado, el miedo desaparece. Cuando las personas se sienten reconocidas, en especial por sus pares, la conexión y el aprendizaje se disparan.
Lo que nos muestran los Juegos Panamericanos es que, para estar bien, no basta con el voluntarismo ni el individualismo. No basta con que “uno elija estar bien” o “ser positivo”. Para sentirnos bien, necesitamos querer que los otros también se sientan bien. Solo eso nos permite conectar.
Nuestro país tiene hoy la oportunidad de enfrentar este problema y volver a dar esperanzas a las nuevas generaciones, en especial a aquellos más pequeños que quedaron ilusionados con esta experiencia, que significó salir al mundo colectivo en lo que ha sido una vida mucho más puertas adentro y socialmente limitada que la de las antiguas generaciones, por todas las restricciones que han debido enfrentar.
Necesitamos reales políticas de salud mental, especialmente en el mundo del trabajo, donde hoy por la naturaleza de la competitividad de los mercados, las altas exigencias, la precarización y la intensificación de las nuevas formas de organización del trabajo, nos estamos llenando de cortisol. El mundo del trabajo, es un laboratorio social, dice Christophe Dejours, psicoanalista francés dedicado a estudiar el malestar y sufrimiento laboral. Hagamos que este se convierta en una experiencia de encuentro social y bienestar.
Lee la nota también el El Mostrador.