Sin propósitos ni deseos: por qué se hace tan difícil comenzar un nuevo año

Tanto brindis y celebración oculta una inquietud más común de lo que parece: el estrés y la angustia de iniciar un nuevo año. ¿Por qué esta fecha se hace tan compleja? Dos psicólogas lo explican y dejan algunos consejos para encarar el 2023.

Otro año que se fue y otro que llega. Habrán faltado los fuegos artificiales en la bahía de Valparaíso o en la torre Entel de Santiago, pero abundaron las fiestas y las resacas al día siguiente. Aunque al ánimo festivo, que se predica en los medios y la publicidad, y al que se abraza gran parte de la población, se contrapone otro menos llamativo, acaso minimizado, y más melancólico.

“No me gustan mucho las fechas de fin de año”, comenta Carlos, hombre de 30 años. “Si no fuera porque mi amiga está de cumpleaños el 1 de enero, me habría quedado en la casa”, remata.

¿Por qué no le gustan? Carlos no quiso ahondar en ello, pero otro asistente, atento a la conversación, y probablemente más desinhibido de lo habitual, reveló: “Es que se acuerda de un amigo que murió”.

No son pocas las personas que se sienten estresadas o incluso angustiadas cada fin de año. Un sentir que no se va por arte de magia cuando el reloj marca las 00:00 horas del primer día de enero: bien se puede extender por un tiempo que no tiene cuenta regresiva. Y las razones, a diferencia de lo que le ocurre a Carlos, no siempre tienen que ver con haber perdido a un ser querido.

El recuento

“Tiene que ver, en buena parte, con cómo ha sido el año para cada persona”, dice Adriana Fernández, académica de la Universidad Alberto Hurtado y directora subrogante de su Centro de Atención Psicológica. Al terminar el año “inevitablemente hacemos un recuento de lo que fue, de lo que pasó y lo que vivimos”.

Ese recuento puede ser positivo o negativo, dependiendo de los eventos que hayamos vivido. “Si perdimos a un ser querido, por ejemplo, o si fue difícil en lo laboral o en lo económico, al mirar hacia atrás tendremos la sensación de haber tenido un año con números rojos”. Ese saldo negativo puede derivar en un sentimiento “más depresivo y de tristeza”.

Ese recuento puede involucrar todavía eventos de los dos últimos años, cuando la pandemia sumió al mundo en la incertidumbre y la fatalidad. Los eventos que cada cual vivió en su intimidad y su entorno —desde los planes y proyectos abortados hasta la muerte o enfermedad de un cercano— pueden aún estar pasando factura a nivel anímico, económico, laboral o sentimental.

“Estos años han sido difíciles, tanto a nivel país como mundial”, comenta Fernández. No por nada, la prevalencia mundial de ansiedad y depresión aumentó un 25% tras el primer año de pandemia, de acuerdo a datos de la OMS. “Por lo tanto, se puede generar una sensación de desesperanza, de que todo está mal. Pero eso hay que tratar de evitarlo”, comenta Fernández.

El peso de las expectativas

Si bien en términos sanitarios ya se volvió a una especie de normalidad, según Fernández las expectativas respecto al futuro siguen siendo más tímidas que exhuberantes. Este 2023, dice, se inicia con “una incertidumbre económica que genera dificultades”.

“Quedamos todos con un temor a hacernos grandes expectativas, porque nos dimos cuenta de lo frágil que es cualquier planificación”. Eso ha llevado a que las personas moderen sus perspectivas y los planes no vayan más allá del mediano plazo.

Revisa la nota completa de La Tercera aquí

Sin propósitos ni deseos: por qué se hace tan difícil comenzar un nuevo año

Tanto brindis y celebración oculta una inquietud más común de lo que parece: el estrés y la angustia de iniciar un nuevo año. ¿Por qué esta fecha se hace tan compleja? Dos psicólogas lo explican y dejan algunos consejos para encarar el 2023.

Otro año que se fue y otro que llega. Habrán faltado los fuegos artificiales en la bahía de Valparaíso o en la torre Entel de Santiago, pero abundaron las fiestas y las resacas al día siguiente. Aunque al ánimo festivo, que se predica en los medios y la publicidad, y al que se abraza gran parte de la población, se contrapone otro menos llamativo, acaso minimizado, y más melancólico.

“No me gustan mucho las fechas de fin de año”, comenta Carlos, hombre de 30 años. “Si no fuera porque mi amiga está de cumpleaños el 1 de enero, me habría quedado en la casa”, remata.

¿Por qué no le gustan? Carlos no quiso ahondar en ello, pero otro asistente, atento a la conversación, y probablemente más desinhibido de lo habitual, reveló: “Es que se acuerda de un amigo que murió”.

No son pocas las personas que se sienten estresadas o incluso angustiadas cada fin de año. Un sentir que no se va por arte de magia cuando el reloj marca las 00:00 horas del primer día de enero: bien se puede extender por un tiempo que no tiene cuenta regresiva. Y las razones, a diferencia de lo que le ocurre a Carlos, no siempre tienen que ver con haber perdido a un ser querido.

El recuento

“Tiene que ver, en buena parte, con cómo ha sido el año para cada persona”, dice Adriana Fernández, académica de la Universidad Alberto Hurtado y directora subrogante de su Centro de Atención Psicológica. Al terminar el año “inevitablemente hacemos un recuento de lo que fue, de lo que pasó y lo que vivimos”.

Ese recuento puede ser positivo o negativo, dependiendo de los eventos que hayamos vivido. “Si perdimos a un ser querido, por ejemplo, o si fue difícil en lo laboral o en lo económico, al mirar hacia atrás tendremos la sensación de haber tenido un año con números rojos”. Ese saldo negativo puede derivar en un sentimiento “más depresivo y de tristeza”.

Ese recuento puede involucrar todavía eventos de los dos últimos años, cuando la pandemia sumió al mundo en la incertidumbre y la fatalidad. Los eventos que cada cual vivió en su intimidad y su entorno —desde los planes y proyectos abortados hasta la muerte o enfermedad de un cercano— pueden aún estar pasando factura a nivel anímico, económico, laboral o sentimental.

“Estos años han sido difíciles, tanto a nivel país como mundial”, comenta Fernández. No por nada, la prevalencia mundial de ansiedad y depresión aumentó un 25% tras el primer año de pandemia, de acuerdo a datos de la OMS. “Por lo tanto, se puede generar una sensación de desesperanza, de que todo está mal. Pero eso hay que tratar de evitarlo”, comenta Fernández.

El peso de las expectativas

Si bien en términos sanitarios ya se volvió a una especie de normalidad, según Fernández las expectativas respecto al futuro siguen siendo más tímidas que exhuberantes. Este 2023, dice, se inicia con “una incertidumbre económica que genera dificultades”.

“Quedamos todos con un temor a hacernos grandes expectativas, porque nos dimos cuenta de lo frágil que es cualquier planificación”. Eso ha llevado a que las personas moderen sus perspectivas y los planes no vayan más allá del mediano plazo.

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